lunes, 23 de noviembre de 2009

Mito "Los jardineros del aro iris"





LOS JARDINEROS DEL ARCO IRIS
©Por Colibrí de Oro (Juliana González Molina) 
De su libro "Entre Mundos Hermanos"

Nuestro principio fue el buen sueño, el sueño del arco iris que soñó nuestro Padre, el Gran Soñador, y que engendró y dio a luz nuestra Madre, la Gran Jardinera.


Cuentan las abuelas rocas que fuimos concebidos en la laguna sagrada que habita en el núcleo del corazón de nuestra madre tierra. Allí la luz del Gran Soñador se fundió con la flor multicolor de la Gran Jardinera, en el más inmaculado silencio.

Recién nacidos, los humanos portábamos una estrella de luz en la frente y una enorme flor multicolor adherida al pecho. A imagen y semejanza de nuestros progenitores, podíamos soñar como nuestro padre, y engendrar y dar a luz a nuestros sueños como nuestra madre, pero al igual que él debíamos estar atentos a discernir el buen sueño de los malos sueños y las pesadillas, y al igual que ella no podíamos abandonar en ningún instante el oficio de jardineros. Nuestro menor descuido al respecto era una puerta abierta a la depredación de las flores.

El jardín del arco iris, fruto del amor de nuestros padres, fue nuestro primer hogar.

Las abuelas rocas nos recuerdan que era un jardín precioso, poblado por una gran variedad de minerales, animales, plantas y humanos de diversas formas y colores. Estos seres vivos se agrupaban en familias, según el reino, la especie y el color afín a su naturaleza. Así se formaron las culturas, de acuerdo con las tonalidades que componían el reino humano. Había culturas negras, violetas, rojas, verdes, azules, amarillas, rosa, y de muchos otros colores. Los primogénitos de nuestros padres eran de luz esencial, como el Gran Soñador. Ellos manifestaban en sus cuerpos la luz que todos los otros seres contenían en sus corazones. Como hermanos mayores, tenían la misión de recordarle a sus hermanos menores el Principio del que todos proveníamos.

De niños, nuestra primera responsabilidad fue aprender a regar, desyerbar, abonar y sembrar nuestro jardín personal. Sólo así estaríamos en condiciones de cuidar otros jardines.

Nuestro primer sueño fue un sueño compartido con nuestro padre, tal como él y nuestra madre lo habían deseado. En ese sueño, nuestros corazones de pétalos abiertos soplaban sin cesar bandadas de flores diminutas, cuyo puerto era configurarse en jardines circulares, en torno a los espacios sagrados de cada uno de los seres, familias, grupos o especies habitantes del gran jardín. Era preciso proteger las identidades para que se respetaran entre sí, para que no se invadieran unas a otras, para que reconocieran sus fronteras naturales. Las flores simbolizaban la voz sutil de la tierra. A través de ellas, nuestra madre le comunicaba en secreto a todos sus hijos la delicada belleza de su amor. 

Pronto los jardineros de las culturas unicolor se volvieron sedentarios. El destino de sus cuidados se concentró en los seres vivos de su propio territorio. Aunque sus sueños seguían siendo multicolor, no dejaban de incluir los seres de otros colores, otras formas, otros territorios. Los jardineros de luz esencial, en cambio, preservaron durante mucho tiempo su naturaleza nómada. Ellos eran los mensajeros entre los territorios. Transportaban olores, sabores, sueños, creaciones, alimentos, de unos jardines a otros, sembrando flores multicolor a su paso. Su labor era recordarle a sus hermanos que aunque sus cuerpos reflejaran un solo color, sus espíritus habían absorbido el espectro cromático completo. Aunque cada ser vivo manifestara una parte única e irrepetible del sueño, todos conteníamos la totalidad del sueño en el fondo de nuestros corazones. Todos éramos herederos del arco iris.

Es en verdad grande la libertad que se nos dio a los humanos. Al comienzo de nuestra historia, el padre nos dijo: “Podéis soñar todo aquello que deseéis, pero la cosecha de vuestros sueños será irremediablemente el resultado de vuestra siembra. Incluid en ella siempre a vuestros hermanos. Así las flores nunca os desampararán. Tenéis como aliados al fuego, al aire, al agua y a la tierra, potestades mágicas que guiarán el tránsito de vuestros sueños itinerantes”.

En la infancia de nuestra historia, la palabra del Gran Soñador se hizo obra. El pecho de la Gran Jardinera fue glorificado por una infinidad de sueños floridos. Pero al llegar a la adolescencia, gran parte de la humanidad se negó a seguir escuchando los consejos de él y a seguir recibiendo las bendiciones de ella.

Muchos humanos se convencieron de que ya no necesitaban de la mano de nuestros padres, de que ya era tiempo de caminar solos. Entonces decidieron soñar sueños individuales. Estaban ansiosos de consolidar su propio mundo.

Habían descubierto que la estrella de luz que portaban en la frente contenía una llave secreta hacia otras dimensiones, otros reinos, otros universos, donde era posible volar. Habían mirado a su alrededor y les pareció que sus hermanos caminaban demasiado lento, que no era admisible que la mayoría aún gateara.

Así que optaron por mantener los ojos cerrados. El deseo de expandir sin límites el tono cromático que los hacía singulares e irrepetibles en el universo —deseo que hasta entonces se había mantenido oculto en sus corazones— era ahora el único alimento en el que creían, la única copa que eligieron beber. Estaban ansiosos de embriagarse por completo de sí mismos, de conocer el éxtasis de su propia plenitud, para luego penetrar con su color a cada una de las criaturas vivientes que poblaban la tierra. Al fin y al cabo, se decían a sí mismos, habían sido los elegidos de las estrellas para ser los depositarios y trasmisores de la única verdad que le otorgaría a la humanidad las alas que le faltaban.

Atrás quedó para ellos el hábito diario de regar, abonar, desyerbar y sembrar jardines. Atrás quedaron el agua, el aire, el fuego y la tierra. Atrás quedó la tribu. Era un sacrificio que les exigía su sueño, pensaban, un sacrificio que más tarde repercutiría en felicidad para todos. Pero no fue así. Lejos de ser ésta nuestra primera hazaña heroica, fue más bien nuestra primera equivocación. 

Al ignorar el idioma de las flores, le perdimos el respeto a las diferentes tonalidades que guiaban el sueño de nuestros hermanos. Llegamos a creer que nuestro deber era convencerlos a ellos de que soñaran exclusivamente en nuestro color, porque éste, según nosotros, era el único capaz en todo el espectro cromático de pintar el cielo y las alas que la humanidad estaba buscando.

Los sueños de color más intenso se acostumbraron a invadir el territorio de los sueños más tenues. Los sueños de carácter más sutil se vieron obligados a soportar el asedio constante de los sueños más visibles. Muchos se habituaron incluso a ser invadidos por los demás, al pensar que tal vez el color ajeno, por ser más corpóreo y tangible, era más válido que el propio. 

Los naranja luchaban porque los verde se volvieran naranja. Los violeta dejaron de ser violeta y se convirtieron en rosa. Los azules convencieron a los marrones, a los amarillos y a los magenta de que se volvieran azules. Los magenta forzaron a los negros y a los rojos para que se mezclaran con la tonalidad magenta. Hubo incluso algunos colores que se extinguieron al ser absorbidos por los más fuertes. 

Poco a poco, el buen sueño del arco iris se fue olvidando. Las culturas aprendieron a abrir zanjas y a levantar muros entre ellas. Los soñadores particulares se multiplicaban, cada uno con su verdad única, luchando por imponerse ante los demás. Los jardineros se convirtieron en guerreros; los jardines, en castillos amurallados; el gran jardín, en campo de batalla; los animales, las plantas y los minerales, en esclavos de los hombres; el vientre de la tierra, en depósito de desechos.

Cuentan las abuelas rocas que ante el aislamiento y la separación que reinaba entre sus hijos, la voz del padre se manifestó: “Hay un tiempo para cada cosa y un momento para hacerla bajo el cielo. No podéis alterar el tiempo a vuestra voluntad. ¿Cómo pretendéis volar si ni siquiera habéis aprendido a caminar bien? Separados de mí jamás tendréis sueños, sólo tendréis ilusiones o fantasías. Separados de vuestros hermanos jamás podréis engendrar y dar a luz a las alas que has entrevisto. Separados de la madre estaréis desprotegidos, y sin protección, ¿cómo podréis encarnar los buenos sueños? Regresad al tiempo y al lugar en que descuidasteis vuestro jardín. Retornad a vuestra labor de jardineros. Más adelante, habrá nuevas oportunidades de volver a soñar. Todo a su tiempo”.

Apenas se hizo el silencio, la madre envío a sus hijos una lluvia de pétalos coloridos como medicina de purificación.

La memoria del agua nos recuerda que este llamado de la madre resucitó el corazón de muchos de sus hijos, quienes aterrados al darse cuenta de lo lejos que estaban de sus hermanos y de sí mismos, se prometieron regresar a la infancia, a la inocencia perdida. Pero no sabían cómo hallar el camino de retorno. Habían olvidado el idioma de las flores, y sus hermanos mayores, al parecer, se habían extinguido.

Durante el imperio de los soñadores unicolor, los primogénitos de nuestros padres se mantuvieron ocultos en el centro de la tierra, como los fieles guardianes del jardín del arcoiris. 

Gracias a ellos, hubo un lugar en nuestro mundo en el que se conservó intacta la pureza original de nuestro primer hogar, un lugar en donde los malos sueños y las pesadillas no alcanzaron a contaminar la semilla de oro del buen sueño, un lugar en donde el Gran Soñador y la Gran Jardinera continuaron adorándose a la intemperie, un lugar en donde el sendero del amor no se perdió.

Pero este lugar era demasiado pequeño —y con el paso del tiempo se hacía cada vez más pequeño— para contrarrestar el peso que las ruinas y los despojos de los sueños individuales ocupaban bajo tierra.

—¿Y si lo que queda del jardín del arco iris desaparece? —se preguntó compungido una noche el Gran Soñador—. Desaparecería con él la vida de mi amada jardinera, y mi sueño de verla volar nunca se cumpliría, como tampoco se cumpliría el sueño de ella de verse a ella misma volar ni el sueño compartido de volar los dos junto a nuestros hijos, como si fuésemos un solo ser ascendiendo a estadios más altos y luminosos del universo.

Entonces recordó la lealtad de sus progenitores y, confiado en que ellos tomarían conciencia del peligro de extinción que corría la madre, les dijo: “Vuestra misión original era velar porque vuestros hermanos menores no perdieran el camino de regreso a casa, vuestra responsabilidad era ser mensajeros ante ellos del mar, de la montaña, de los animales, de las plantas, de las diferentes razas y culturas humanas. Si supierais el dolor que ahora ellos llevan por dentro al no poder sentir los múltiples lenguajes que vosotros conocéis a la perfección, estaríais allá afuera compartiendo vuestra medicina con ellos. Sé que os espantasteis al presenciar el desbalance de sus sueños, que tuvisteis miedo de que esos sueños aniquilaran el sueño del arco iris. Sé que os ocultasteis con un propósito noble, que protegió la vida de vuestra madre, y estuvo bien, por un tiempo, pero no por demasiado tiempo, no podéis seguir siendo niños eternamente. Tenéis que pasar por la adolescencia para llegar a la adultez, porque sólo en la adultez conoceréis el fruto más pleno de vuestra siembra. No todo lo hecho por vuestros hermanos ha sido nefasto. Los caminos de luz y oscuridad que ellos han emprendido en busca de alas me han aclarado el rumbo del buen sueño, cuyo destino es que todos podamos volar. Ahora puedo reconocer con mayor claridad dónde están las trampas y dónde los caminos bendecidos, dónde los pasos ciertos y dónde los pasos malogrados. Los errores y los aciertos de ellos me han enseñado a soñar mejor. Ahora deseo que vosotros aprendáis también a soñar por vuestra propia cuenta, porque mi sueño precisa de los sueños de vosotros para completarse. Es tiempo de salir del centro de la Tierra. Vuestros hermanos os necesitan allá arriba. Es tiempo de que acudáis a ellos, sin temor”. 

Cuentan las abuelas rocas que hubo primogénitos que se negaron a alejarse del seno de la madre, pues para ellos sus hermanos unicolor no se diferenciaban de una fiera salvaje, que no dudaría en devorárselos al menor descuido. Hubo otros que salieron del centro de la Tierra creyéndose los hijos preferidos de la creación, y en lugar de llevar medicina al mundo de afuera, llevaron más separación y confusión de la que ya existía. Hubo, por fortuna, algunos que atendieron la palabra del padre y la siguieron con impecabilidad. 

Estos últimos le están enseñando a sus hermanos unicolor cómo rehacer los espacios sagrados, los círculos floridos, cómo reconocer y respetar las fronteras naturales de los otros seres vivos, cómo dejarse guiar nuevamente por el fuego, por la tierra, por el agua y por el aire, cómo hablar otra vez el lenguaje de las flores, cómo ser flor. Pero el proceso de sanación que precisa la tierra es tan profundo y urgente que la medicina de estos niños sabios no ha sido suficiente para curarla y para curar a todos sus hermanos. 

Por fortuna, muchos hijos unicolor han iniciado un profundo trabajo de autosanación y al hacerlo están contribuyendo a sanar las heridas de la Gran Jardinera. Independientemente de su raza y su cultura, se han unido a la causa de sus hermanos mayores, motivados por la conciencia de que la amada tierra precisa de muchas manos y de muchos corazones para alcanzar la salud y así poder volar.

De nuevo sus hijos le han despejado el camino al Gran Soñador, quien al verlos comprende que éste es el tiempo de dar vida a una nueva tribu constituida por gente de todas las razas y todas las culturas, hombres y mujeres que por dentro sean de luz esencial y que por fuera lleven impreso en sus cuerpos el arco iris. Ellos ayudarán a restaurar la antigua belleza de la Gran Jardinera y serán los guías en los caminos que conducirán a un nuevo universo, a una nueva realidad. 

Esta nueva gente, bautizada por el Gran Soñador como los jardineros del arco iris y surgida de las cenizas como el ave-trueno, símbolo del renacimiento, “viene a reforzar la igualdad entre las naciones y se opone a la idea de una raza superior que controlaría o conquistaría otras razas, viene a traer paz, a través de la comprensión de que todas las razas constituyen en verdad una sola raza, viene a encarnar la unidad de todos los colores, la idea de que todos los credos deben trabajar juntos, buscando siempre el bien común” .

La humanidad está entrando a la edad adulta. Los jardineros del arco iris que hoy despiertan están aquí para recordarnos que las ruinas de los sueños particulares nos están intoxicando por dentro, que es preciso exorcizarlas, que es preciso volver a compartir sueños comunes, que es preciso creer que todos podemos volar a un mismo tiempo. Ellos traen en sus corazones la medicina para sanar los muros y las zanjas que nos han separado, traen las flores multicolor para iluminar el sendero sagrado del amor, en el que todas las razas, todas las culturas, todos los seres vivos sobre la tierra encuentran que unidos, y sólo unidos, son el porvenir del buen sueño, las alas de la Gran Jardinera, el corazón de la vida.

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